DE UNGUENTOS, GELES Y CREMITAS MILAGROSAS

Desde el momento mismo en el que le grité al universo que jamás usaría cremas anti-age porque no las necesitaría, comencé a arrepentirme de aquella afirmación.
Todo comenzó aquel domingo nublado en el que, como no tenía nada interesante para hacer, decidí entregarme a la tan mal ponderada pero necesaria “pincita de depilar” como para hacer “algo” mientras tomaba unos matecitos.
Comencé con lo ceja derecha porque, no se si a todas les pasará lo mismo pero me cuesta horrores la izquierda porque tengo cierta inutilidad para el trabajo manual, la cuestión es que, mientras me deleitaba con el inigualable rendimiento de mi pincita nueva, descubrí algo horrendo que por poco no me deja sin respiración.
Estaban allí, comenzando a aparecer sin previo aviso, por mucho que las había subestimado, independientemente de todo lo que quise negarlas, por más despreocupada que me haya mostrado hasta hoy, las arrugas en los ojos estaban apareciendo de manera rotunda.
Ya no había vuelta atrás, porque cuando llegan lo hacen para quedarse y por más estética que exista, aunque no las veamos estarán allí, en nuestra memoria de-por-vi-da!
Siempre negué la posibilidad que algún día llegarían, sin embargo se están haciendo lugar entre mis ojos, mi nariz, cerca de la comisura de los labios y si te quedás en el detalle en poco tiempo más atacarán también la zona del cuello.
Como se imaginarán automáticamente di por finalizada mi tarea, abandoné el mate y corrí hasta el placarcito del baño en donde guardo todas las cremas que fui atesorando a lo largo de la vida. (Ésta es una costumbre arraigada en mi familia y evidentemente la heredé: comprar cada vez que voy al súper alguna que otra cremita, loción astringente, bálsamo, y cualquier clase de ungüento que prometa resultados milagrosos…resultados que jamás llegarán porque así como las compro quedan archivadas en el baño eternamente).
Sin embargo esta vez estaba decidida a trabajar en el asunto, comencé a buscar, entre las existentes, la más adecuada para las zonas de los ojos y que de paso actuara sobre el envejecimiento de la piel porque evidentemente ya era tarde para prevenir las imperfecciones.
Claro está que, como me pasé la vida adulta atesorando cremas, ninguna estaba en condiciones de ser utilizada para los fines requeridos. Algunas tenían un olor insoportable, otras mostraban colores dudosos, había de las que se habían desintegrado con el paso del tiempo y algunas otras más que no eran aptas para mi necesidad.
Lo cierto es que, abatida, corrí a buscar las llaves del auto y me dirigí hacia la primer farmacia con autoservicio que encontré abierta. (Porque no quería tener que pedirle a la vendedora una cremita para las arrugas de los ojos que más que preventiva sea milagrosa).
Busqué enloquecidamente la loción indicada para mi problema, recorrí góndolas enteras porque la mayoría eran para prevenir y no para curar (Pensamiento: como es que fabrican tantas cremas preventivas si quienes deberían adquirirlas son las jovencitas de 18 años que en lo último que pensarían seria en comprarlas)
Luego de un análisis exhaustivo de las cremas existentes en el mercado para la zona de los ojos, encontré una que aparentemente podría salvarme.
Segura por la elección, me dirigí hasta la caja y le entregué (en mano) el producto elegido para que no se viera demasiado.
La chica que atendía (Florencia, según el distintivo que llevaba) intentó más de tres veces que la maquinita que lee el código de barra facturara mi compra, sin embargo la muy cínica dejó de funcionar en ese preciso instante, por lo que rápidamente la muy práctica de Florencia, le pidió a su compañera (ubicada en la otra punta del salón) que le dictara el código manual.
Como sospecharán mi cara comenzó a mutar entre todas las gamas de colores existentes porque para colmo de males, a mi lado había un hermoso espécimen masculino de treinta y pico de años observando todo el acontecimiento.
Entregada, intenté pasar desapercibida hasta que la muy descarada Florencia, gritó –Mary el código de la crema para las arrugas de los ojos- a lo que agregó –la del paquete azul que llevan todas las señoras grandes-
Automáticamente pensé que aquella adolescente no podría haber sido más irrespetuosa, era una realidad y a ella en pocos años más también le sucedería por lo que debería haber cuidado su revelación en frente mío y de aquel bombón que esperaba ser atendido. ¡La odié!
Cuando por fin logró facturar el producto, me miró sonriente preguntándome como abonaría los $187 que salía la cremita milagrosa que por supuesto, no debe haber tenido más de 25 gr. de contenido.
- ¿Queeeeee? - Grité alarmada. - ¿$187? Debe haber un error -
- No Señora
(a mí, que soy la mujer más soltera del universo) sale eso porque es para casos de envejecimiento importante -
Todos, absolutamente todos los insultos posibles y los que no existen todavía se me vinieron a la mente, aquella vendedora no solo gritaba a los cuatro vientos que era una crema para “gente mayor” sino que además se daba el lujo de decirme que era para tratamientos “complicados”.
Indignada saqué mi tarjeta y pagué lo que correspondía, (cruzando los dedos para que el saldo estuviera disponible) intentando autoconvencerme que si ese era el precio tenía que tener efectos milagrosos porque valía una fortuna. Firmé velozmente el cupón y me retiré del lugar con toda la vergüenza y el enojo capaces de entrar en mi cuerpo.
Salí enfurecida por la chica y por el precio de la crema.
Llegué a casa, leí cuidadosamente las instrucciones de uso y apliqué por primera vez el gel milagroso tal y como lo sugerían.
Luego fui al baño y guardé el pote en la cajita de las cremas prometiéndome a mí misma que lo usaría todos y cada uno de los días que vendrían, porque tamaña inversión no podía abandonarse como si nada.
Hoy, a tres meses de aquella patética tarde, sigo viéndome las arrugas que continúan cerca de los ojos, lo cierto es que, por mucho que paguemos y por más promesas, juramentos y sobornos que nos hagamos a nosotras mismas, siempre recordaremos el primer descubrimiento y cada vez que estemos a punto de depilarnos, las encontraremos ahí, en el mismo lugar que aquel día pero cada vez más presentes, adueñándose de a poco de nuestros rostros maduros. En fin mujeres… ¡Que nos sea leve!

Por Julieta Gáname

3 comentarios:

susy dijo...

es muy real...mis cremas estan en el placard pero tengo millones y sigo comprando como si nada...jajaj muy bueno! susy

LETI dijo...

yo prebé una que sale más que la tuya...y por lo menos no se ven taanto pero ¡tal cual! siguen estando ahi. exc!

Anónimo dijo...

jaja yo no compro muchas cremas...pero cuando compro la dejo guardada y despues no me acuerdo de donde la puse
Pero tendremos que aceptar el paso del tiempo, no nos queda otra mujeres igual es un buen indicio de la madurez que vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida...
muy bueno el blog juli!
Male.

Como para encontrarle la vuelta al mundial!!! (se hace lo que se puede chicas!!!)