LA SEÑORA DEPILADORA


Con ella tengo una relación basada en contradicciones, la detesto la mayor parte del tiempo pero la necesito, en promedio, cada 15 días para volver a sentirme yo misma.
Me lastima y me pone malhumorada, pero en estos años creo que me he vuelto inmune al dolor que me genera o, por lo menos, intento convencerme de eso.
Si tuviera que elegir entre tenerla en mi vida o alejarla para siempre, la descartaría sin vueltas aunque, ahora que lo pienso, de tomar esta decisión tendría que aprender a convivir con el síndrome de abstinencia masculina de por vida, algo que, al menos por el momento, no puedo aceptar de ninguna manera.
En definitiva, no tengo demasiadas opciones y me veo obligada a seguir aceptando “la depilación”, como uno de mis rituales quincenales.
Debo reconocer que probé todos y cada uno de los métodos que ofrece el mercado e invertí mucho dinero en nuevos descubrimientos para evitar, de una vez y para siempre, el “tirón depilatorio”, sin embargo esa sensación sedosa en las manos cuando recorro mis piernas al salir del cubículo de la depiladora, no tiene precio.
Así es que comencé a aceptarla, la introduje en mi vida, ocupa dos lugares al mes en mi agenda e invierto sumas consideradas de dinero para que sea de buena calidad y dure lo máximo posible. Pero lo cierto es que, aunque la deteste con todas mis fuerzas, ni bien la señora depiladora da el grito triunfal de ¡Listo! y aunque tenga la cara como nariz de payaso y el cavado me haga ver las estrellas, me siento la mujer perfecta (Con una mezcla de sufrimiento y victoria, por supuesto)
Y entonces, mientras tironean de mi cuerpo y lo obligan a aceptar la excesiva temperatura de la cera (porque por más verde que sea siempre quema) me auto convenzo de lo lindo que es creerse lampiña de vez en cuando.
Pero aun así, debo confesarles que este ritual y sobretodo la persona que lo practica, generan en mí algunas inquietudes: ¿Qué encuentra de bello la señora depiladora en descubrir cada vez que la visito, que estoy al límite de parecer el hombre lobo? ¿Qué tan gratificante puede ser para ella, el embadurnarme de cera pegajosa y caliente para luego arrancarla de un tirón seco, luego del cual pego un grito desesperado? ¿Qué le resultará tan apasionante de tomar la pincita entre sus dedos para extirpar cada uno de los bellos que han podido resistirse a su ungüento caliente?
¿Será que para dedicarse a la depilación profesional habrá que ser un tanto desalmada ante el sufrimiento ajeno? ¿Uno de los requisitos de inscripción en el curso de Depilación profesional es el de obligar a las aspirantes a ser inmunes al dolor del cliente? ¿Qué puede resultar interesarte en terminar la tarea toda pegajosa, teniendo que quitarse los restos de cera acumulados en sus manos?
No entiendo como estas señoras eligen una tarea tan cruel y desalmada para ejercer todos los días de sus vidas. Claro que si ellas no lo hicieran ¿Debería hacerlo yo? ¡Imposible! La última vez que lo intenté estuve un par de días sin poder levantar mi brazo derecho por el pegote de cera que seguía en mi axila luego de algunos intentos por quitarlo. ¡Ni hablar de la vez que más que pelitos, me arranqué un pedazo de piel del muslo izquierdo! (aun hoy sigue la marca de aquel atentado a mi misma) O cuando creyéndome innovadora, intenté derretir el pote de cera en el microondas y lo único que terminó por derretirse fue ese milagroso artefacto. (Ese cajita mágica que tantas veces había colaborado con mi alimentación, moría calcinado en cuestión de segundos por intentar depilarme el bigote)
Entonces, si la señora depiladora no sintiera placer por lo que hace con nuestros cuerpos ¿Quién evitaría que prendamos fuego nuestra propia casa? ¿Quién sería responsable de devolvernos la femineidad perdida en esos quince días? ¿Quién más nos allanaría el camino para arremeter contra un hombre sin tapujos ni vergüenzas?
¡Menos mal que existen estas grandiosas señoras depiladoras! ¡Qué mujeres solidarias son al devolverles, al resto de sus congéneres, un puñado de esperanzas y belleza!
Agradecemos enormemente la elección vocacional realizada, porque sin ustedes nuestra femineidad (o la mía por lo menos) moriría en quince días promedio, pero eso sí, ya que estamos quisiéramos pedirles con todo el respeto del mundo (no vaya a ser cosa que la venganza sea terrible) que la próxima vez que nos tengan acorraladas en su cubículo, se apiaden de nuestros sentimientos y hagan todo lo humanamente posible para que ese maldito tirón, sí ese, el del cavado, sea un poquito menos doloroso!
Por Julieta Gáname

¡¡¡EN EL DÍA DEL AMIGO...PARA TODAS ELLAS!!!

Te piden prestada la remera negra con mejor calce, justo el día en que tu compañero de oficina, ese que es un bombón, por fin se decidió a invitarte a tomar algo. Te llaman de madrugada llorando porque encontraron a su amante (que está casado) con su mujer (obvio) en el mismísimo lugar del primer beso. Te suplicaron que les prestaras plata de tus ahorros (esos que juntaste por décadas) para un emprendimiento que, ambas sabían, sería inviable. Te putean cada vez que algo les molesta de vos y también lo hacen si decidiste deprimirte por ese muchacho que desapareció después de prometerte que llamaría (súper justificado). Se olvidan de tu cumpleaños y caen de sorpresa tres días después con una mini torta con velitas para un festejo íntimo. Te hacen pasar papelones cada vez que te celan de las nuevas compañeras de oficina. Prometen ayudarte con la dieta de turno pero, cada vez que pueden, se comen un alfajor triple frente a tus narices como si nada. No llaman por días, pero siempre sos vos la borrada. Te pidieron que les dictaras la fórmula del agua en el examen de química de tercer año de la secundaria, y como te descubrió la profesora te llenaron de amonestaciones. Alguna vez les gustó el mismo chico “del momento” que te gustaba a vos, pero supieron guardarse el secreto. Te eligieron como testigo de casamiento y vos decidiste que querías que ella fuera la madrina de tu primer hijo. Cuando decidiste volverte vegetariana te obligaron a visitar a un psicólogo porque, según ellas, estabas volviéndote media loca por abandonar el asado de por vida. El día del bautismo de tu hijo llegaron tarde, sin embargo compartieron cada uno de los logros que tuviste y ese día supieron “levantar” el evento. Se recostaron a tu lado cuando sentiste que la vida te había jugado una mala pasada y jamás pensaron en recordarte que ellas te habían dicho que pasaría. Te abrazaron fuerte cuando te vieron triste y respetaron tu silencio. Cada vez que fuiste feliz, ellas también lo fueron. Te respetan por lo que sos y por lo que serás alguna vez, porque confían plenamente en tus posibilidades. Cada vez que se van de vacaciones te compran, aunque más no sea, un imán con el nombre del destino elegido; algo que habla de lo presente que te tienen. Son las mejores “levanta autoestima” que existen aunque tengas 10 Kg. de más y estés volviéndote nuevamente puber por la cantidad de granos que aparecieron en tu cara, de repente. Saben cuando gritarte, cuando susurrarte y por supuesto cuando quedarse bien calladitas. Lloraron con vos. También se rieron. Te apoyaron en cada desafío y aunque se olvidaron de tu cumpleaños número 25 a cambio, te hicieron pasar un hermoso día cuando les contaste que estabas embarazada por primera vez. Estuvieron con vos cada vez que te enfermaste y cuando el médico diagnosticó “reposo absoluto por dos meses” ellas estuvieron allí cada uno de esos 61 días, turnándose para no dejarte sola. Te contaron todos sus secretos, hasta los más vergonzosos. Te gritaron cuando sintieron que no estabas siendo buena amiga pero también supieron perdonarte por eso. Vivieron millones de experiencias y muchas emociones juntas. Compartieron las mejores cosas y también las más tristes. Y aunque muchas veces se excedan en palabras, siempre saben qué decirte en el momento justo porque te conocen, porque te quieren, porque vos también las querés muchísimo. Porque son AMIGAS con mayúscula y aunque la vida comience a alejarlas, están en tu corazón y ellas también te tienen ahí, sabiendo que más allá de cualquier cosa, existe un vínculo invisible que jamás podrá romperse. Un vínculo que multiplicará alegrías y dividirá dolores. Un vínculo que pase lo que pase…será real y sincero. Muy feliz día para las que están, para las que se fueron, para las que vendrán…De todas guardo lo mejor…ese recuerdo que en silencio y sin que nadie me vea, sabe dibujarme una sonrisa inmensa. Un abrazo apretado para todas ellas (que por supuesto a esta altura…ya saben perfectamente quienes son)
Por Julieta Gáname.

NOS NECESITAMOS MUTUAMENTE...

Es una de las personas a las que más aprecio en mi vida, no puedo negarlo. Tanto es así que debo confiarles que, entre él y yo, se ha creado un lazo invencible al paso del tiempo.
Él me necesita, por supuesto, pero yo a él mucho más de lo que se imaginan.
No puedo quejarme porque está en cada detalle, conoce a la perfección mis horarios, cada uno de mis humores, sabe de memoria mis gustos y hasta me ha alentado en momentos difíciles.
Podría decirse que el vínculo que hemos generado a lo largo de este tiempo es real y sincero, tanto que perdí todo tipo de pudores con él llegando incluso, al punto de abrirle la puerta enfundada en mi peor pijama y toda pegoteada por una mascarilla exfoliante de color violeta que estaba experimentando.
No tenemos secretos, religiosamente me visita una vez por día y yo, aunque haya sido una jornada complicada lo recibo con la mejor sonrisa posible.
La realidad es que él me entiende y sabe perfectamente que me niego rotunda y deliberadamente a bajar la retaguardia ante quienes insisten en mi obligación “moral” de llevar adelante las tareas culinarias, algo que a él, el chico del delivery, le conviene para poder terminar el año con utilidades.
Con este agradable muchacho repartidor nos vemos diariamente, porque de lo contrario, dejaría de alimentarme como corresponde.
El ritual entre ambos se repite sin alteraciones: lo llamo, me saluda cordialmente, le pregunto el menú del día, me recomienda algún plato nuevo, le confirmo el pedido y en 15 minutos (ni más ni menos) se hace presente en mi hogar con la comida lista para ser devorada por quien suscribe.
No podría afirmar con exactitud si los astros habrán echo su parte, si en la genética estará definido, o si solo fue obra del destino y sus volteretas retorcidas, pero lo cierto es que jamás permitiré que me obliguen a hervir huevos, pelar papas, rallar zanahorias, cocinar un pedazo de carne, hervir fideos, y todo lo que se le parezca, porque para eso está él en su fantástica cocina adaptada.
No hay vuelta que darle, me declaro en guerra con todo lo que tenga que ver con cocciones, mezclas y elaboración casera.
Y ojo, no crean que es sólo una cuestión de caprichos y rebeldías, la experiencia está de mi lado ya que la única vez que decidí hervir una calabaza, terminé incendiando la olla y pidiendo comida por delivery. Fue ese el comienzo de nuestra hermosa relación comercial.
Está de más decir que a esta experiencia “calabazística” la decodifiqué como un mensaje rotundo y directo: No servís para la cocina, cuanto más alejada estés del horno, mejor para la humanidad.
Desde aquel día como imaginarán, comencé a experimentar las bondades de la comida por kilo y el placentero rugir de la moto del repartidor en la puerta de casa confirmando su llegada.
Tanto afecto sentimos el uno por el otro que ya casi nos volvimos como de la familia porque, de tanto visitarme, conoce más de mi persona que mi propia madre, soy su mejor clienta y él mi mejor cocinero.
Me salva en momentos críticos, si le pido por ejemplo que “parezca casero” porque tengo alguna cita en casa, se encarga en persona de darle un toque femenino al plato y de tanto comprarle, decidió brindarme un servicio personalizado llegando a organizarme las comidas diarias bajo el rigor de una dieta balanceada con todos los nutrientes necesarios.
Pero eso no es todo, hasta promociones me ofrece, generalmente a fin de mes cuando imagina mi billetera vacía, y en una oportunidad que no solicité sus servicios llegó a marcar mi número para saber si “todo estaba en orden” a lo que respondí que el problema radicaba en que, como era día 31 en el calendario, no podía costear una cena ese día ¿Conclusión? Gracias a ese llamado, tengo mi propia cuenta corriente en su local de comidas.
Debo admitir que él está salvando mi vida y yo, sin lugar a dudas, su bolsillo porque por lejos soy la mejor clienta que tiene, llegando incluso a recomendarlo por su gentil comportamiento.
Existe un lazo entre él y yo que, sin exagerar, jamás podrá romperse porque en definitiva si dejo de llamarlo, automáticamente dejaré de alimentarme y él, de seguro, tendrá que cerrar su local de comida por kilo para dedicarse por ejemplo, a la tarjetería española. ¡Es un hecho!

OTRAS 22 COSAS MÁS...ESTA VEZ, QUE ELLOS ODIAN DE NOSOTRAS

A ver, a ver, a ver…como no quiero parecer feminista extrema, porque me gusta que me abran la puerta del auto y me dejen pasar primera, intentaré ponerme en la piel de ellos por unos minutos para tratar de listar aquellas cosas que odian de nosotras…
Sepan entender…

1. Que hablemos horas por teléfono con nuestras madres (sus suegras) cuando acaban de irse de casa.
2. Que tengamos el guardarropa lleno de prendas pero que sigamos pronunciando la frase: ¡No tengo nada para ponerme!
3. Que en el baño haya restos de cera depilatoria.
4. Que lloremos sin razón aparente y ante la pregunta -¿Qué te pasa?- Contestemos -¡Nadaaaa!- cada vez que nos indisponemos.
5. Que después de tener a nuestro primer hijo y de proclamar a los cuatro vientos lo íntegra que nos sentimos, caigamos en un pozo depresivo post-parto.
6. Que opinemos indiscriminadamente de fútbol cuando ni siquiera sabemos qué equipos son los que están jugando.
7. Que no sepamos estacionar el auto y tampoco hagamos mucho por aprender.
8. Que seamos celosas a cada rato, todos los días y sin razón aparente.
9. Que gastemos fortunas en una remerita blanca, escote en v, clásica.
10. Que demos demasiadas vueltas para decir algo demasiado sencillo
11. Que cada vez que salimos ellos estén listos en segundos y nosotras demoremos horas.
12. Que cada vez que ellos están viendo “el clásico” nosotras nos paramos frente al televisor y hacemos algún comentario de las bondades físicas de alguno de los jugadores.
13. Que durante los primeros meses de casados intentemos hacer las milanesas igualitas a las de su mamá, sin poder aceptar que nunca lo lograremos.
14. Que frente a amigos y conocidos digamos lo mucho que ambos queremos casarnos, cuando en realidad somos nosotras las que impulsamos, obligamos, y sobornamos a nuestra pareja para llevar a cabo esa brillante idea.
15. Que aunque juramos que no queríamos ningún regalo para nuestro aniversario, si ellos no traen algún presente (por más mínimo que sea) automáticamente son catalogados de insensibles.
16. Que los llamemos cientos de veces aunque ellos sigan sin contestarnos.
17. Que hablemos mal (por más verdad que sea) de nuestras suegras, es decir, sus madres.
18. Que intentemos desde la segunda cita cambiarle su forma de vestir.
19. Que sigamos insistiendo en tomar unos “matecitos” cada vez que viajamos a más de 25 Km. en su auto impecable.
20. Que critiquemos a otras mujeres por lo bajo.
21. Que insistamos en llevarlos de “compras”.
22. Las mujeres que hablan sin parar durante 30 minutos de corrido.
Estimadas congéneres, cualquier similitud con la realidad NO es pura coincidencia… ¡Habrá que aprender a aceptarlo!
Por Julieta Gáname

LAS PRIMERAS 22 COSAS QUE NOSOTRAS ODIAMOS DE ELLOS

Creo sin miedo a equivocarme, que todas odiamos más o menos lo mismo de ellos pero ojo, estos aspectos detestados no se repiten en todos los hombres que hemos conocido, aunque basta con que uno de éstos muchachos lo haya tenido como para recordar y odiar ese defecto por el resto de nuestras vidas… tanto como para tener que escribirlo para poder procesarlo… (Alguna vez)
Acá va una pequeña lista, como para empezar a ilustrar lo que les digo...
1. La inhumana reacción que algunos hombres tienen cada vez que terminan de hacer el amor, cuando sin ningún tipo de explicación, giran en dirección contraria a la nuestra, en unos aproximados ciento ochenta grados y se disponen a dormir plácidamente con la sensación del “deber cumplido”, mientras que nosotras todavía estamos saboreando el último beso y/u orgasmo.
2. La necesidad absoluta e interminable de dejar, por todos los rincones de la casa, ceniceros llenos de cigarrillos de por lo menos tres días, sin ánimos de vaciarlos ni por casualidad.
3. La obsesión desmedida por el fútbol que deriva en ataques de llanto, trompadas a la pared con posterior visita al hospital más cercano, gritos con decibeles impredecibles durante noventa minutos, embobamiento con riesgo de hipnosis frente al televisor, tatuajes del escudo de su cuadro favorito en zonas visibles de su cuerpo, adquisición de merchandising variado del equipo que apoyan, entendiéndose éste como: billeteras, vasos, tazas, remeras a millones, gorros, y miles de etcéteras que valen fortunas.
4. La imposibilidad de combinar, en su vestimenta, más de dos colores de manera coherente.
5. La manía de tildar a nuestras amigas del alma de: locas, exageradas, putas, mentirosas, cínicas y/o superficiales.
6. La maldita costumbre de mojar la tabla del inodoro donde quiera que estén, a la hora y en el estado de sobriedad-ebriedad que sea.
7. La acatación al pie de la letra a nuestros gritos del tipo de: ¡No me llames más! ¡Ni se te ocurra volver! ¡Hacé lo que quieras, me da igual! Que en realidad quieren decir: llamame por favor apenas llegues a tu casa. Ni se te ocurra borrarte porque estoy recontramil enamorada. Bajo ningún punto de vista podés estar con cualquiera ni salir con tus amigos sin mí.
8. El poco esfuerzo que le ponen al buen trato con sus respectivas suegras es decir, nuestras propias madres.
9. La nula audición (al segundo de dormirse) cuando nuestro primer hijo llora, con decibeles por demás superiores a los aceptables, porque tiene hambre.
10. La subestimada opinión que emiten cada vez que volvemos de nuestras reuniones cien por ciento feministas.
11. La escasez de recursos creativos para inventar algún juego animado, para divertir a nuestro hijo de dos años cuando nosotras no estamos en casa.
12. La escasa importancia que les dan a sus promesas del tipo de “mañana te llamo” y no vuelven a contactarse con nosotras por el resto de su vida.
13. La necesidad inminente de dejar en claro que mejor “vamos despacio” cuando podrían evitarlo.
14. La necesidad de juntarse, pase lo que pase, con sus amigos todos los viernes a las nueve de la noche.
15. El amor desmedido que tienen por esa remera que su madre les regaló a los 12 años y que a los 30 todavía insisten en usar.
16. La maldita pregunta “¿Tanto frío tenés?” que pronuncian cada vez que nos acurrucamos contra su pecho para recibir un poco de ternura.
17. El rechazo absoluto que tiene por las tareas culinarias.
18. La inmovilidad absoluta cada vez que nos predisponemos a limpiar la casa.
19. La falta de cooperación cada vez que pronunciamos la frase: ¡No tengo nada para ponerme!
20. La costumbre de desparramar por el baño: calzoncillos, remeras, pantalones, medias, y algunas cosas más, cada vez que salen de bañarse.
21. Que no se les caiga ni un solo halago después que pasamos horas vistiéndonos y arreglándonos para ellos.
22. Que para ir a casa de nuestros viejos, tengamos que persuadirlos durante días porque de lo contrario no irán.

¿Algo más? Sí...que nos sea leve!!!

Por Julieta Gáname


DE UNGUENTOS, GELES Y CREMITAS MILAGROSAS

Desde el momento mismo en el que le grité al universo que jamás usaría cremas anti-age porque no las necesitaría, comencé a arrepentirme de aquella afirmación.
Todo comenzó aquel domingo nublado en el que, como no tenía nada interesante para hacer, decidí entregarme a la tan mal ponderada pero necesaria “pincita de depilar” como para hacer “algo” mientras tomaba unos matecitos.
Comencé con lo ceja derecha porque, no se si a todas les pasará lo mismo pero me cuesta horrores la izquierda porque tengo cierta inutilidad para el trabajo manual, la cuestión es que, mientras me deleitaba con el inigualable rendimiento de mi pincita nueva, descubrí algo horrendo que por poco no me deja sin respiración.
Estaban allí, comenzando a aparecer sin previo aviso, por mucho que las había subestimado, independientemente de todo lo que quise negarlas, por más despreocupada que me haya mostrado hasta hoy, las arrugas en los ojos estaban apareciendo de manera rotunda.
Ya no había vuelta atrás, porque cuando llegan lo hacen para quedarse y por más estética que exista, aunque no las veamos estarán allí, en nuestra memoria de-por-vi-da!
Siempre negué la posibilidad que algún día llegarían, sin embargo se están haciendo lugar entre mis ojos, mi nariz, cerca de la comisura de los labios y si te quedás en el detalle en poco tiempo más atacarán también la zona del cuello.
Como se imaginarán automáticamente di por finalizada mi tarea, abandoné el mate y corrí hasta el placarcito del baño en donde guardo todas las cremas que fui atesorando a lo largo de la vida. (Ésta es una costumbre arraigada en mi familia y evidentemente la heredé: comprar cada vez que voy al súper alguna que otra cremita, loción astringente, bálsamo, y cualquier clase de ungüento que prometa resultados milagrosos…resultados que jamás llegarán porque así como las compro quedan archivadas en el baño eternamente).
Sin embargo esta vez estaba decidida a trabajar en el asunto, comencé a buscar, entre las existentes, la más adecuada para las zonas de los ojos y que de paso actuara sobre el envejecimiento de la piel porque evidentemente ya era tarde para prevenir las imperfecciones.
Claro está que, como me pasé la vida adulta atesorando cremas, ninguna estaba en condiciones de ser utilizada para los fines requeridos. Algunas tenían un olor insoportable, otras mostraban colores dudosos, había de las que se habían desintegrado con el paso del tiempo y algunas otras más que no eran aptas para mi necesidad.
Lo cierto es que, abatida, corrí a buscar las llaves del auto y me dirigí hacia la primer farmacia con autoservicio que encontré abierta. (Porque no quería tener que pedirle a la vendedora una cremita para las arrugas de los ojos que más que preventiva sea milagrosa).
Busqué enloquecidamente la loción indicada para mi problema, recorrí góndolas enteras porque la mayoría eran para prevenir y no para curar (Pensamiento: como es que fabrican tantas cremas preventivas si quienes deberían adquirirlas son las jovencitas de 18 años que en lo último que pensarían seria en comprarlas)
Luego de un análisis exhaustivo de las cremas existentes en el mercado para la zona de los ojos, encontré una que aparentemente podría salvarme.
Segura por la elección, me dirigí hasta la caja y le entregué (en mano) el producto elegido para que no se viera demasiado.
La chica que atendía (Florencia, según el distintivo que llevaba) intentó más de tres veces que la maquinita que lee el código de barra facturara mi compra, sin embargo la muy cínica dejó de funcionar en ese preciso instante, por lo que rápidamente la muy práctica de Florencia, le pidió a su compañera (ubicada en la otra punta del salón) que le dictara el código manual.
Como sospecharán mi cara comenzó a mutar entre todas las gamas de colores existentes porque para colmo de males, a mi lado había un hermoso espécimen masculino de treinta y pico de años observando todo el acontecimiento.
Entregada, intenté pasar desapercibida hasta que la muy descarada Florencia, gritó –Mary el código de la crema para las arrugas de los ojos- a lo que agregó –la del paquete azul que llevan todas las señoras grandes-
Automáticamente pensé que aquella adolescente no podría haber sido más irrespetuosa, era una realidad y a ella en pocos años más también le sucedería por lo que debería haber cuidado su revelación en frente mío y de aquel bombón que esperaba ser atendido. ¡La odié!
Cuando por fin logró facturar el producto, me miró sonriente preguntándome como abonaría los $187 que salía la cremita milagrosa que por supuesto, no debe haber tenido más de 25 gr. de contenido.
- ¿Queeeeee? - Grité alarmada. - ¿$187? Debe haber un error -
- No Señora
(a mí, que soy la mujer más soltera del universo) sale eso porque es para casos de envejecimiento importante -
Todos, absolutamente todos los insultos posibles y los que no existen todavía se me vinieron a la mente, aquella vendedora no solo gritaba a los cuatro vientos que era una crema para “gente mayor” sino que además se daba el lujo de decirme que era para tratamientos “complicados”.
Indignada saqué mi tarjeta y pagué lo que correspondía, (cruzando los dedos para que el saldo estuviera disponible) intentando autoconvencerme que si ese era el precio tenía que tener efectos milagrosos porque valía una fortuna. Firmé velozmente el cupón y me retiré del lugar con toda la vergüenza y el enojo capaces de entrar en mi cuerpo.
Salí enfurecida por la chica y por el precio de la crema.
Llegué a casa, leí cuidadosamente las instrucciones de uso y apliqué por primera vez el gel milagroso tal y como lo sugerían.
Luego fui al baño y guardé el pote en la cajita de las cremas prometiéndome a mí misma que lo usaría todos y cada uno de los días que vendrían, porque tamaña inversión no podía abandonarse como si nada.
Hoy, a tres meses de aquella patética tarde, sigo viéndome las arrugas que continúan cerca de los ojos, lo cierto es que, por mucho que paguemos y por más promesas, juramentos y sobornos que nos hagamos a nosotras mismas, siempre recordaremos el primer descubrimiento y cada vez que estemos a punto de depilarnos, las encontraremos ahí, en el mismo lugar que aquel día pero cada vez más presentes, adueñándose de a poco de nuestros rostros maduros. En fin mujeres… ¡Que nos sea leve!

Por Julieta Gáname

Como para encontrarle la vuelta al mundial!!! (se hace lo que se puede chicas!!!)