Mil disculpas!

Sí, lo se! Las/os he abandonado por un tiempito y aunque nada lo justifique... estuve con mil cosassss! perdónnnn!
Como prueba de mis disculpas les dejo cinco artículos que han sido publicados y escritos por quien les habla... hay un poco de todo para que tengan una buena varieté y no se me quejen!
Espero que se den un buen "panzazo" de Humor Rosa y nuevamente: Gracias por venir de visita de vez en cuando!
Saludos afectuosos para todos los visitantes!
Yo. (La chica rosa)

¿Bipolares?

Según los expertos, la persona que padece “bipolaridad” presenta ciertas manifestaciones extremas de dos estados de ánimo fundamentales relacionados con el polo depresivo por un lado y el polo maníaco o de euforia por otro. Debido a esto, en la persona “bipolar” fluctúa el estado anímico de forma cíclica e inconsistente, sufriendo por momentos una depresión grave o crónica, y de repente un estado eufórico extremo.
Ahora bien, dejando de lado las opiniones especializadas y basándonos en cuestiones empíricas por excelencia (basándonos en las experiencias de la mayoría de nuestras congéneres) diremos que la persona “bipolar” presenta determinadas características irrepetibles de las que, por nuestra salud mental, tendremos que huir tarde o temprano, a saber: hombres jóvenes (de entre 30 y 45 años) preferentemente solteros o divorciados (es decir sin compañía femenina pero en busca de ella), con buen ingreso económico (como para ser un “soltero codiciado”) y un trabajo envidiable.
Suelen ser hombres atractivos, tiernos en el trato y prometedores como potenciales “partidos” volviéndonos locas de amor en tan sólo, la segunda cita.
Por lo general son hombres extremadamente caballeros y atentos, dándonos la mayoría de nuestros gustos cada vez que pueden hacerlo. Son puntuales y les gusta asistir a eventos VIP para destacarse de la multitud con la cual compiten y siempre están impecables para un cocktail de último momento.
Suelen además usar perfumes importados y vestir marcas exclusivas, haciendo demasiado hincapié en el buen vestir, el buen viajar y el buen comer (entiéndase “comer” a todo tipo de ingesta de bebidas y alimentos y a la otra forma de “comer” también)
Debido a lo anterior “el bipolar” suele ser ese que nos atiende como reinas, nos lleva a pasear a lugares exóticos y nos regala los mejores regalos que podrían hacernos. Nos tienen en cuenta para momentos especiales y jamás olvidan el día de nuestro cumpleaños sin embargo, por bipolares que son, desaparecen cada dos por tres olvidándose que existimos. Vuelven a su estado inicial (por no decir que vuelven a su “hogar familiar”) y dejan de llamarnos por unos días, de invitarnos a cenar y de hacernos lindos regalos porque la “jermu” que tienen en casa les pide tiempo y espacio.
Por error o no tanto, un buen día descubrimos accidentalmente que por muy solteros o divorciados que se proclamaban los “bipolares”, en verdad esconden un álbum de casamiento y una alianza bajo la manga y lo que es peor, una hermosa navidad familiar con Sra. e hijos (muchos de ellos), unos suegros adorables y la maestra del jardín de infantes de su niños que los adoran por lo presente que están en cada acto escolar, una hermosura de familia si no fuera por nosotras, las “segundonas” (¿Habrá definición alguna en la Real Academia Española?) que durante mucho tiempo soñamos con vestido blanco tarde o temprano y con una vida en familia con el susodicho.
¿Bipolares para nosotras? Esos hombrecitos que andan por el mundo conquistando voluntades femeninas cuando en casa los espera “la bruja” y las dos hermosas nenas que tienen por hijas. ¿Nosotras? Definitivamente no entramos en ese hermoso árbol genealógico de los “bipolares” de los cuales nos enamoramos profundamente alguna vez y a los que tendremos que dejar ir tarde o temprano, para empezar a ser de una buena vez, la “bruja” que los espera en casa con la comida lista. ¿Ser o no ser? Esa es la cuestión después de todo.

Por Julieta Gáname (Texto publicado en el suplemento "Mujeres al día" del diario Día a Día - Agosto de 2010)

El novio de mi amiga

No existen justificaciones, ni excepciones válidas. Tampoco excusas que puedan hacernos entrar en razón, ni lágrimas que intenten generarnos pena alguna. No vamos a entender de razones ni queremos explicaciones para intentar comprenderlo porque cuando una amiga mira “cariñosamente” a nuestro hombre, por muy amante que sea, nos rompe soberanamente las pelotas y punto.
Debido a lo anterior, y para que nadie se vea en la obligación de padecernos llenas de ira (porque no es aconsejable), es necesario que emitamos de por vida una tremenda prohibición: Ninguna mujer puede enamorarse del novio de la amiga, nunca jamás y por ninguna razón.
Claro que fórmulas mágicas ni ungüentos varios sirven para llevar adelante tremendo desafío, sólo un único consejo en el medio de tanto bardo emocional: el novio, amante, amigo con derechos o lo que sea que esté besando con nuestra amiga, tendrá para nosotras, bombacha y corpiño y se volverá irremediablemente una amiga más entre el montón.
Por lo tanto, ninguna mujer que se precie de pertenecer a nuestro círculo íntimo podrá:
Abrazar a nuestro hombre más de dos veces en reiteradas oportunidades.
Cocinarle a nuestro muchachito su plato preferido, por muy “Narda” que se crea.
Sugerirle que necesita masajes para relajarse y ofrecerse para hacérselos.
Visitar nuestro hogar si nosotras no estamos en casa.
Mantener conversaciones íntimas en cualquiera de las redes sociales de hoy en día, y mucho menos enviarle mails sin que estemos copiadas en los destinatarios.
Proponer actividades para compartir con él si nosotras no nos sumamos al plan.
Usar escotes pronunciados que lo hagan perder de vista el objetivo.
Dar detalles de su vida sexual activa para intentar generarle “ratones” indeseados.
Invitar a nuestro muchachito a reuniones a las que nosotras no asistiremos.
Llamarlo en reiteradas oportunidades a su celular con la excusa de que nosotras no la atendemos.
Y un detalle importantísimo a tener en cuenta, en esta regla de hombre con bombacha y corpiño, no existe excepción que la confirme. La ecuación es simple mis queridas congéneres: Hombre de mi amiga: hombre intocable, “inacercable”, “inamorable”.
¿Alguna duda?

Por Julieta Gáname (Texto publicado en el suplemento "Mujeres al día" del diario Día a Día - Septiembre 2010)

Basta de terceros ¿Ok?

Me cansé de tu vieja, me tiene harta. Primero fui una cómoda que lo único que quería era “engancharte con el casamiento” porque sabía que con vos “me paraba” para el resto del viaje y me podía dedicar tranquilamente a “mi arte” sin tener que pagar una factura.
Como no pudo convencerte se “ablandó” conmigo durante unas semanas hasta que le dije que no quería tener hijos por los próximos tres años como mínimo. En ese mismísimo momento me convertí en una frívola sin remedio y comenzó a tomarse el asunto a modo personal. En el medio, como si fuera poco, mi mamá intentando convencerme para que quede embarazada, por mi “ser mujer”, por mi edad, por mi propio futuro.
Cuando por fin me las saqué de encima a las dos, el problema comenzó porque triunfé con “mi arte” y empecé a ganar más platita que vos, entonces el reproche se hizo constante. Que te hago sentir menos hombre, que a mi lado vos te sentís un inútil, que te opaco al frente de todos, etcéteras y más etcéteras hasta terminar con mi paciencia bastante trabajada.
Un buen día, las mandé a la mierda a las dos: madre y suegra por igual para que me dejen de romper las pelotas con tantos “deber ser” que intentaron inculcarme. Obtuve mis beneficios, es cierto pero a la larga comenzamos a pelear nuevamente.
Cuando quedé embarazada el problema resurgió debido al nombre de la futura criatura, porque ¿Cómo le iba a poner a mi hijo otro nombre que no fuera el tuyo? ¿Y cómo no? Me preguntaba yo, si es un ser humano distinto que no tiene por qué acarrear historias familiares eternas.
Cuando nació el bebé fui una descorazonada por no renunciar a mis aspiraciones laborales y quedarme en casa como Dios manda… ¿Dios manda eso? Pero por favor…
Que la niñera no era lo suficientemente buena, que el nene necesitaba más tiempo con la familia, que no las dejaba hacer su vida cuando quería que ellas lo cuidaran, que soy mala madre, mala esposa, mala trabajadora…y que todo lo que hago lo hago mal.
Ok, me cansé! Y estoy 100% cansada, no un poco cansada.
Ya no acepto críticas constructivas, ni de las otras. No quiero escucharlas más, ni a tu vieja ni a la mía y no acepto que escuches opiniones ajenas ¿Me entendés? Las decisiones son nuestras, y digo nuestras y digo tuyas y mías, de los dos, de la pareja. No hay madre, ni suegra que opine.
Si soy mala madre o no, me lo dirá mi propia conciencia algún día y los que quieran opinar que opinen pero que a mí no me rompan más las pelotas con deberes y obligaciones.
Si tu viejo y el mío no las escuchan problema de ellas, pero a mí que no me jodan más ¿Está claro?
¿Cómo? ¿Por qué te lo digo a vos con voz de enojada? Porque me cansé. Saturada, asqueada, aturdida y harta me siento.
Los de afuera son de palo te guste o no, lo que tengas para decir, me lo decís a mí en la cara, por mail, por Factbook, por msn o por el medio de comunicación que más te guste, pero a mí solita. No quiero terceros que sólo opinan porque opinar no cuesta plata.
Hasta acá llegué, los que quieran hablar que hablen, pero yo no los escucho más ¿Entendiste?

¿Me estás jodiendo? ¿Qué parte de “basta” no entendés? No quiero saber que opin tu mamá de que nos vayamos de “mini luna de miel” los dos solos. Si vos no querés me voy sola, pero definilo ya mismo porque mañana voy a sacar los pasajes.

Ups mi amor, mi vidita, mi sol… me acaba de llamar la niñera, dice que no puede quedarse con el bebé los cuatro días. ¿Qué hacemos?, ¿le pedimos a tu vieja o a la mía que lo cuiden? Gordi… ¿Por qué me mirás con esa cara de enojado? ¿Dije algo malo?

Por Julieta Gáname (Texto publicado en el suplemento "Mujeres al día" del diario Día a Día - Septiembre 2010)

De competencias y otras yerbas!

Permanentemente competimos. Quien gana más dinero y tiene más independencia, quien consigue indiscutiblemente el monopolio del control remoto, quien se gana más fácilmente el amor del hijo/sobrino.
Competimos por quien de los dos es más respetado por nuestro perro, quien cocina más rico o hace las mejores tostadas para el desayuno, cual de los dos es más sociable en una reunión de amigos y cual más simpático.
Sin quererlo competimos. Cuando llegan las vacaciones, lo hacemos para ver quien tiene las de ganar con el destino elegido o para ver cual de los dos es el que más duerme de corrido o se broncea más en la playa.
Día a día, sin quererlo (y a veces queriéndolo del todo) competimos.
Por banalidades y también, por cuestiones relevantes. Por simple orgullo o sabiduría, por ganas de competir y llevarse el triunfo a la cama, por lo que sea.
Nos amamos, sí, pero somos dos seres humanos y, como todos, competimos por propia naturaleza, subsistencia, permanencia o lo que sea, pero competimos. Y sabemos qué cartas jugar en determinados momentos, porque nos conocemos profundamente.
Nos amamos, insisto, pero competimos permanentemente por quien de los dos ama más al otro, ¡Hasta por eso competimos!
Sin embargo, según estudios de la Universidad de Harvard y lo que es mejor, según el “boca en boca” de amigos y conocidos, ellos compiten más y mejor.
Nosotras, antes de hacerlo, preferimos priorizar la estabilidad emocional, algo que ellos desconocen en un ciento por ciento. Priorizamos el bienestar de nuestros hijos, algo que aunque ellos también prioricen, prefieren dejar en nuestras manos. Priorizamos la limpieza del hogar y la “calidad de vida”, algo que nuevamente, ellos no saben que existe… ni una cosa, ni la otra.
Así es que en cuestiones competitivas, en situaciones en las que alguno de los dos tiene que ser el “triunfador”, nosotras damos un paso al costado y cedemos ante el contrincante sin demasiadas vueltas. (salvo que todo lo anterior está “cubierto”…casi imposible!)
Queremos ganar, claro, pero no a cualquier precio, primero tenemos que tener la casa en orden, la comida lista, la tarea de los chicos terminada, la ropa para el otro día, las obligaciones laborales cumplidas, el buen vínculo con la familia política y la otra, la “calidad de vida” y algunos etcéteras más, para luego ponernos a pensar en la competencia del momento y las debilidades del adversario.
Así que señores, por mucho que nos critiquen, en esta cuestiones “competitivas” somos más “sanas” que ustedes salvo en un detalle, la inversión del aguinaldo en renovar nuestro guardarropas, eso sí que no se discute, ni se pone en la “agenda competitiva” porque definitivamente, nosotras gastamos más, mucho más y además, lo hacemos mejor. Está claro, ¿no?

Por Julieta Gáname (Texto publicado en el suplemento "Mujeres al día" del diario Día a Día - Septiembre 2010)

ODIO DECLARADO 3: LOS METROSEXUALES.

Definitivamente tengo un serio problema con esta nueva clase de hombres que viven preocupados por su estética.
Está muy bien que quieran cuidarse, porque los dejados que se la tiran de bohemios aunque en realidad padezcan una extraña fobia al aseo personal son desagradables, pero de ahí a gastar más plata que yo en cremas de catálogo antiedad y humectantes varios, es demasiado.
Tengo que confesar que durante toda mi vida intenté ser una mujer de mente abierta y mucho criterio para la toma de decisiones, pero aunque intente, no puedo aceptar esta nueva tendencia y me niego rotunda y deliberadamente a esta clase de hombres.
Ayer, sin ir más lejos, viví una situación espantosa que terminó por formar mi decisión al respecto y que, por supuesto, definió una vez más mi estado civil.
Acabábamos de amanecer y mientras que yo intentaba acurrucarme unos segundos más a su lado, mi última adquisición masculina saltaba de la cama para encerrase en el baño por aproximadamente 40 minutos.
¿Cuarenta minutos? Así es, al parecer, practica desde hace un tiempo una rutina sistemática que lleva a cabo los 365 día del año sin excepción: Primero lava sus manos con excesiva cantidad de jabón líquido, para luego aplicar en su rostro una costosísima crema de limpieza profunda que incluye exfoliación facial. Acto seguido y luego de quitarse toda la crema, se aplica una loción astringente para pieles sensibles, porque la máquina de afeitar le provoca irritación, a lo que le adosa un humectante antiedad con protección solar para el día y una máscara para el contorno de ojos, terminando aparentemente su ritual, con un spray de agua termal traído de no se qué lugar del planeta.
Atónita, no pude dejar de mirar lo que estaba haciendo con su rostro. Él, sin inmutarse, continuó su tarea buscando entre mis maquillajes el corrector de ojeras adecuado para su color de piel, para evitar posibles signos de cansancio en su mirada. ¡¡¡Demasiado!!!
¿Dónde quedó el hombre que nos apuraba cada vez que teníamos que salir, porque le molestaba el tiempo invertido en “producciones banales”? ¿A dónde se fue el macho latino que nos conquistaba con una intrépida barba de dos días? ¿Y el que nos criticaba por la cantidad de dinero malgastado en cremas y lociones de catálogo?
Insisto, acepto al hombre interesado en su cuidado personal, que no ande por la vida desalineado, pero de ninguna manera aceptaré al enloquecido maniático que disponga de cuarenta minutos diarios para mantener su cutis cuidado y sin imperfecciones, ni signos de mal dormir.
Definitivamente creo que esta nueva versión masculina, en primera medida, nos llevará a pérdidas económicas catastróficas, porque hasta el momento éramos sólo nosotras las que gastábamos el aguinaldo entero en cremas milagrosas pero ahora resulta que, gracias a ellos, el gasto se verá multiplicado.
Ni hablar de las luchas cotidianas por ocupar primero el baño con sus respectivos cuarenta minutos de demora. Y mucho peor si consideramos que no sólo nosotras invertiremos horas en producirnos antes de un evento, ahora ellos también lo harán y con extremo detalle.
Ese papel lo jugábamos las mujeres y lo hacíamos bien, aun no estoy preparada para ceder mis bálsamos y ungüentos contra el paso del tiempo. No quiero pelear por las cremas rejuvenecedoras, ni mirar juntos un catálogo y coincidir en el tipo de cosmético.
Quiero que él siga viviendo a cara lavada y yo, llena de “revoque”.
Quiero ser yo quien pague la maquilladora para mi casamiento, sintiéndome protagonista del momento, mitad modelo de revista y mitad diva.
Quiero que mis productos de belleza sigan siendo míos, sin tener que compartirlos con mi hombrecito de turno.
Y definitivamente quiero que en su rostro siga existiendo la barba de dos días y las marcas del paso del tiempo. Quiero un hombre fuerte, bien “macho latino” que sepa cuidarme y protegerme sin estar pensando en que olvidó encargar la última loción del mercado que promete efecto lifting.
No hay vueltas que darle, me niego rotundamente a este nuevo espécimen masculino que no sólo atenta contra nuestro bolsillo, sino y lo que es peor, contra nuestra femineidad y todo lo que podemos llegar a hacer con ella.
Como se imaginarán aquel amorcito terminó con su limpieza facial y automáticamente fue invitado a retirarse de mi casa para siempre y ahora ando nuevamente en la búsqueda de un hombre. Claro que lo primero que buscaré en este nuevo amor será su barba incipiente, la existencia de sus patas de gallo y algún que otro indicio para identificar a mi próximo “macho latino” que deteste exageradamente a estos nuevos metros sexuales.

Por Julieta Gáname (Texto publicado en el suplemento "Mujeres al día" del diario Día a Día - Septiembre 2010)

Una vez al mes!

Una vez al mes, algo cambia en nosotras. Y digo algo, por no sonar exagerada al decir “todo”. Porque en verdad, más allá de confirmar una otra vez que “hicimos las cosas bien” por el momento, nuestro pobre cuerpecito tiene que vivir y revivir mensualmente un millón de cambios y sensaciones que sólo nosotras conocemos.
Parece mentira y exagerado pero cuando se acerca la fecha que tenemos marcada en el calendario comienzan inevitablemente las ganas de llorar por cualquier motivo, la necesidad inminente de comer una docena y media de facturas con crema en cuestión de segundos, los dolores corporales en todo el cuerpo (no sólo los ovarios) y el deseo de tener un trabajo que permita tomarnos dos días al mes sólo porque nos vino y no queremos cumplir con ciertas obligaciones laborales como sonreírle a cualquiera.
Sin quererlo una palabra expresada “algo fuerte”, una mirada poco agradable y hasta que olviden abrirnos las puertas del auto puede desatar en nosotras deseos irremediables de arremeter contra todo aquel que se cruce por nuestro camino.
Como si fuera poco, nos sentimos hinchadas, nos vemos más gordas, y tenemos sensaciones de incomodidad corporal cada cinco segundos (en promedio). El hambre y la ansiedad se acomodan en nuestro estómago y no existe exquisitez capaz de subsanar esa sensación de vacío, ni la torta más rica, ni el helado más grande, ni la lasaña con la que nos antojamos a las cinco de la tarde.
Para variar, entre atracón y atracón, hacemos zapping durante horas y cuando por fin encontramos esa tonta comedia romántica que nos hace pensar en “nada”, comenzamos a llorar desaforadamente porque la protagonista fue abandonada en un café por su “hombrecito”, algo que lejos de inquietarnos debería confirmarnos lo muy parecidos que son todos ellos al fin y al cabo.
En definitiva, una vez al mes como mínimo, somos víctimas del cambio corporal más extremo que jamás haya existido y nada podemos hacer al respecto.
En lo personal opté por tomarme algunas licencias esos días: mastico todo aquello que esté al alcance de mis manos aunque eso signifique incorporar solo hidratos de carbono durante horas, lloro como una maniática sin remedio e invierto cantidades industriales de dinero en pañuelos descartables y maltrato a todo aquel ser humano que se cruce por mi camino, sólo para sentir un ápice de bienestar.
De más está decir que hoy estoy en unos de esos días y lo único que puedo hacer es este tipo de “catarsis” para comenzar a sentir tranquilidad por haberlo podido expresar después de todo, por lo demás ya voy ingiriendo un kilo y medio de helado de dulce de leche granizado (porque el antojo es con sabor incluido) además de haber permanecido en la cama más de lo habitual para ser día sábado y haber prescindido total y absolutamente del maquillaje facial porque no se me de la regalada gana de revocarme.
¿Mi buen humor? Creo que a simple vista advertirán que ni eso puede subsistir en estos días de indisposición inevitable.
Ojalá que alguna vez comience a acostumbrarme a esta situación mensual y sepa aceptarla con grandeza, algo que claro está, por el momento no sucede. ¡Que nos sea leve!

Por Julieta Gáname (Texto publicado en el suplemento "Mujeres al día" del diario Día a Día - Octubre 2010)

Como para encontrarle la vuelta al mundial!!! (se hace lo que se puede chicas!!!)