VEINTITANTOS

Hace ya siete meses que peregrino por el camino de las veintiséis velitas sopladas en mi última fiesta de cumpleaños, mi abuela diría que en realidad estoy caminando los veintisiete porque según su teoría, que no pienso aceptar, a los veintiséis ya los abandoné hace rato.
Lo cierto es que, por donde se lo mire, ya no soy una chiquilina apurada que sale al encuentro de su primer amor al zaguán de su casa, o que se esconde en cualquier esquina para besarse desenfrenadamente sin que nadie la vea.
En este cuerpo ya existen dos décadas y pico de revoloteo, variadas experiencias positivas y algunos resultados desalentadores.
Si bien para muchos veintiséis años no es nada, algo que me encantaría creer, ya comienza a sobrar cuerpo, ablandarse la cola, arrugarse la cara y achicarse los ojos en el intento de leer, por lo menos, la última fila de letras en la pantalla del oftalmólogo.
Y aunque haya tratado de evitarlo por años, ahora también puedo decir que soy una más del montón de mujeres que deposita su confianza en los posibles resultados de las cremas antiedad, persiguiendo desesperadamente cualquier nuevo descubrimiento que me evite el sufrimiento de pisar el gimnasio, pero que por su eficacia, logre brindarme los mismos resultados.
Desde aquel maldito día (siete meses atrás) mi cuerpo cambió junto con mis patas de gallo. Alrededor de la boca comienzan a presentarse los rasgos de una juventud perdida y ni hablar de las pequeñas e imperceptibles marquitas esparcidas por todo mi cuerpo pero, por sobre todo, en muslos, piernas y demás contornos.
El paso del tiempo (por más mínimo que parezca) hace estragos con nuestro frágil cuerpo femenino que, cansado de luchar, deberá seguir peleando aunque más no sea para conseguir una imagen mínimamente digna con la llegada del verano y el maldito bikini.
Recetas caseras, geles, cremas frías, tónicos, bálsamos de todo tipo y demás ungüentos, desfilan por mi cuerpo impunemente, intentando evitar los aterradores aparatos de gimnasio y por sobretodo, la evidencia de la escasez de coordinación en las extremidades de mi cuerpo para seguir los pasos de una perfecta profesora de aeróbica.
Por el momento, seguiré experimentando e investigando la infinidad de fórmulas existentes para combatir la debacle corporal que se aproxima.
Aunque si la realidad se impone ante mis ojos testarudos y no encuentro otra alternativa alentadora, tendré que visitar aquellos salones en los que pueda pagar por adelantado para sentirme orgullosa por hacer algo, aunque eso signifique regalar meses enteros de cuotas para no volver a pisar nunca más por aquellos tediosos lugares.

Por Julieta Gáname

3 comentarios:

Paz dijo...

Muy bueno!!!
tal cual, harta de pagar gimnasios a los que jamás iré... si encontrás la receta pasala!!
Muy Bueno felicitaciones por tan exacta descripción de la realidad!!seguí escribiendo!!

maka dijo...

comparto contigo...permanentemente me miento a mí misma llenando mi tarjeta de debitos de gimnasios a los que si te tendria que definir, creo que no podria decirte ni donde quedan por las escasas veces que he ido. continua! sdos.

Julieta dijo...

Paz y Maka, a todas nos pasa...no quedan dudas! Las espero por acá nuevamente!
Un abrazo.

Como para encontrarle la vuelta al mundial!!! (se hace lo que se puede chicas!!!)