LA SEÑORA DEPILADORA


Con ella tengo una relación basada en contradicciones, la detesto la mayor parte del tiempo pero la necesito, en promedio, cada 15 días para volver a sentirme yo misma.
Me lastima y me pone malhumorada, pero en estos años creo que me he vuelto inmune al dolor que me genera o, por lo menos, intento convencerme de eso.
Si tuviera que elegir entre tenerla en mi vida o alejarla para siempre, la descartaría sin vueltas aunque, ahora que lo pienso, de tomar esta decisión tendría que aprender a convivir con el síndrome de abstinencia masculina de por vida, algo que, al menos por el momento, no puedo aceptar de ninguna manera.
En definitiva, no tengo demasiadas opciones y me veo obligada a seguir aceptando “la depilación”, como uno de mis rituales quincenales.
Debo reconocer que probé todos y cada uno de los métodos que ofrece el mercado e invertí mucho dinero en nuevos descubrimientos para evitar, de una vez y para siempre, el “tirón depilatorio”, sin embargo esa sensación sedosa en las manos cuando recorro mis piernas al salir del cubículo de la depiladora, no tiene precio.
Así es que comencé a aceptarla, la introduje en mi vida, ocupa dos lugares al mes en mi agenda e invierto sumas consideradas de dinero para que sea de buena calidad y dure lo máximo posible. Pero lo cierto es que, aunque la deteste con todas mis fuerzas, ni bien la señora depiladora da el grito triunfal de ¡Listo! y aunque tenga la cara como nariz de payaso y el cavado me haga ver las estrellas, me siento la mujer perfecta (Con una mezcla de sufrimiento y victoria, por supuesto)
Y entonces, mientras tironean de mi cuerpo y lo obligan a aceptar la excesiva temperatura de la cera (porque por más verde que sea siempre quema) me auto convenzo de lo lindo que es creerse lampiña de vez en cuando.
Pero aun así, debo confesarles que este ritual y sobretodo la persona que lo practica, generan en mí algunas inquietudes: ¿Qué encuentra de bello la señora depiladora en descubrir cada vez que la visito, que estoy al límite de parecer el hombre lobo? ¿Qué tan gratificante puede ser para ella, el embadurnarme de cera pegajosa y caliente para luego arrancarla de un tirón seco, luego del cual pego un grito desesperado? ¿Qué le resultará tan apasionante de tomar la pincita entre sus dedos para extirpar cada uno de los bellos que han podido resistirse a su ungüento caliente?
¿Será que para dedicarse a la depilación profesional habrá que ser un tanto desalmada ante el sufrimiento ajeno? ¿Uno de los requisitos de inscripción en el curso de Depilación profesional es el de obligar a las aspirantes a ser inmunes al dolor del cliente? ¿Qué puede resultar interesarte en terminar la tarea toda pegajosa, teniendo que quitarse los restos de cera acumulados en sus manos?
No entiendo como estas señoras eligen una tarea tan cruel y desalmada para ejercer todos los días de sus vidas. Claro que si ellas no lo hicieran ¿Debería hacerlo yo? ¡Imposible! La última vez que lo intenté estuve un par de días sin poder levantar mi brazo derecho por el pegote de cera que seguía en mi axila luego de algunos intentos por quitarlo. ¡Ni hablar de la vez que más que pelitos, me arranqué un pedazo de piel del muslo izquierdo! (aun hoy sigue la marca de aquel atentado a mi misma) O cuando creyéndome innovadora, intenté derretir el pote de cera en el microondas y lo único que terminó por derretirse fue ese milagroso artefacto. (Ese cajita mágica que tantas veces había colaborado con mi alimentación, moría calcinado en cuestión de segundos por intentar depilarme el bigote)
Entonces, si la señora depiladora no sintiera placer por lo que hace con nuestros cuerpos ¿Quién evitaría que prendamos fuego nuestra propia casa? ¿Quién sería responsable de devolvernos la femineidad perdida en esos quince días? ¿Quién más nos allanaría el camino para arremeter contra un hombre sin tapujos ni vergüenzas?
¡Menos mal que existen estas grandiosas señoras depiladoras! ¡Qué mujeres solidarias son al devolverles, al resto de sus congéneres, un puñado de esperanzas y belleza!
Agradecemos enormemente la elección vocacional realizada, porque sin ustedes nuestra femineidad (o la mía por lo menos) moriría en quince días promedio, pero eso sí, ya que estamos quisiéramos pedirles con todo el respeto del mundo (no vaya a ser cosa que la venganza sea terrible) que la próxima vez que nos tengan acorraladas en su cubículo, se apiaden de nuestros sentimientos y hagan todo lo humanamente posible para que ese maldito tirón, sí ese, el del cavado, sea un poquito menos doloroso!
Por Julieta Gáname

3 comentarios:

Yani dijo...

Excelente!! mis agradecimientos a las señoras del "tiron", ellas nos generan los sentimientos mas encontrados del mundo!

ROMINA dijo...

ESTE PUNTILLOSO RELATO DE HORROR Y PELOS ME RECUERDA A LA FUNCIÓN DEL DENTISTA. ESE ANIMAL PROFESIONAL SIENTE PLACER AL ESTIRPAR PEDAZOS DE HUESOS (DIENTES) DE LAS ENCÍAS SANGRANTES. SIN EMBARGO PULULAN POR TODOS LADOS Y CADA VEZ SON MÁS. CREO ENTONCES QUE EL MEJOR ALIADO DE LA DEPILADORA ES EL SEÑOR DENTISTA.

Julieta dijo...

Gracias Yani y Romi, me sumo a los que ambas escribieron. Ojalá que nos sea leve y que nunca estas señoras se ofendan con nosotras.
Un abrazo a ambas!

Como para encontrarle la vuelta al mundial!!! (se hace lo que se puede chicas!!!)